DETRÁS DE LA BANDERA
Cuando de mi pecho broten amapolas rojas, las cuales florecerán a cada respiración, entonces me abrazaré al suelo como el lactante al pecho del que succiona vida. Tal vez sienta en ese momento la calidez de la tierra apenas reblandecida por los últimos calores del otoño.
Recordaré la carta que ayer escribía a mi madre desde la trinchera, que le contaba que no se preocupara, la comida es buena y abundante, el invierno no ha llegado aún, sentiré tanto haberla interrumpido con aquella abrupta despedida, casi violenta.
Pensaré en la dulce Masha, en la humedad de sus labios, en la fina piel de sus manos cubiertas por las mías encallecidas y ásperas. Cuando lo sepa visitará consternada mi casa, pienso en el abrazo en el que se fundirá con mi pobre mamá.
Evoco mi foto en la chimenea, lejos de la campana para que el calor no la deteriore, aquella que me tomé en la estación antes de salir, en la que salía con el uniforme nuevo, sonriente, mirando tan serio a la cámara. Posiblemente esa foto vea cómo todo cambia pero ella nunca se moverá de aquel lugar, reflejo mudo de un pasado, de un alma perdida; en este torbellino devorador que nos ha tocado vivir.
Pensaré en ese momento en todos los compañeros, que ahora veo, el pequeño Sergei, muy bajito para ser guardia; Alexei quien siempre tartamudea con las chicas; el viejo sargento, Nikolai, mi padre estos meses. Tantos otros con los que hemos compartido, humo y barro todo este tiempo y cuyos nombres nunca conoceré, ellos tampoco sabrán el mío.
He tenido tan poco tiempo para pensar en tantas cosas que debería haber pensado. He tenido tan poco tiempo para vivir todo lo que debería haber vivido. Pero la bandera se iza y exige que vaya tras ella. La bandera de guerra, es el sol que nos atrae, nosotros como mosquitos vamos a él aun sabiendo que su calor nos abrasará.
Ahora mis dedos crispados y ansiosos se aferran al fusil un náufrago a un madero, no hay esperanza. Las palabras del Comisario sobre la Patria no son sino un eco que llega como si tuviera taponados los oídos.
Tal vez dentro de unos año, la gente mueva fichas en un tablero como hacen ahora los generales o emulen nuestro sentir en obras de teatro improvisadas, pero no sabrán que tras sus fichas de cartón, fuimos como ellos, fuimos hombres, fuimos… simplemente fuimos.
No tengo ya conciencia de mí, solo de mis recuerdos, como si fuera uno de los soldados que de pequeño disponía en filas cuando jugaba en el patio.
Pienso en Masha, en mi madre, en mis compañeros, en mi país, en el mi recuerdo, en que solo soy un recuerdo que se fundirá efímero como una amapola más en la extensión de las praderas sin más existencia que un segundo en la eternidad.
Suena el silbato, subo la escalera para salir del parapeto y camino hacia mi muerte.
Chemo Ennis